«no (me) queda casi nada: ni la cosa, ni su existencia, ni la mía, ni el puro objeto ni el puro sujeto, ningún interés de ninguna naturaleza por nada. Y sin embargo amo: no, es todavía demasiado, es todavía interesarse sin duda en la existencia. No amo pero me complazco en eso que no me interesa, por lo menos en eso que es igual que ame o no. Ese placer que tomo, no lo tomo, antes bien lo devolvería, yo devuelvo lo que tomo, recibo lo que devuelvo, no tomo lo que recibo. Y sin embargo me lo doy. ¿Puedo decir que me lo doy? Es tan universalmente subjetivo -en la pretensión de mi juicio y del sentido común- que sólo puede venir de un puro afuera. Inasimilable. En último término, este placer que me doy o al cual más bien me doy, por el cual me doy, ni siquiera lo experimento, si experimentar quiere decir sentir: fenomenalmente, empíricamente, en el espacio y en el tiempo de mi existencia interesada o interesante. Placer cuya experiencia es imposible. No lo tomo, no lo recibo, no lo devuelvo, no lo doy, no me lo doy jamás porque yo (yo, sujeto existente) no tengo jamás acceso a lo bello en tanto que tal. En tanto que existo no tengo jamás placer puro.»Derrida está hablando de alguien que enfrenta algo que le parece bello, y de ahí sale todo eso; yo enfrento una nada, que es este cuento no escrito[...]" ("Diario para un cuento", Deshoras, J. Cortázar)

Fue así. De repente, sentada ahí, la nada. El vacío, el no saber. O quizá, el saber de más. El querer escapar de todo, de todos, agobiada. Hasta que sonaron esos acordes, hasta que apareció con su guitarra y tocó un sinfin (ojalá así hubiera sido, sin fin) de temas conocidos, no conocidos, hermosos, todos hermosos, todos. No sé, quizá es una exageración y no es tan simple: quizá el simple hecho de escucharte en medio de todo eso no debería representar tanto, pero significó y mucho. Gracias, Coiffeur.
No hay comentarios:
Publicar un comentario