y de repente llega a tu vida como un huracán, el viento imparable que cambia todo de lugar, te gira el mundo ciento ochenta grados y la vida ya no es en colores muertos, sino que se vive, se vive todo, se va a todos lados, se perciben todos los gestos, incluso los que nos guardamos una y otra vez por miedo. se redescubre la vida así, como un fluir constante de imágenes que no dejan de sucederse, se redescubren las miradas, los ojos ciegos, las manos ya hartas de tanta suciedad, se redescubren los aromas, los olores, los paisajes, las caricias aún si son esas que no damos por miedo al rechazo. todo se ve de esa manera, con esos ojos, como girar un caleidoscopio para tener una imagen nueva, única, tuya y mía y de nadie más y así la sed de más, las ansias de que esa montaña rusa no pare nunca, de que ese viaje sea eterno porque uno decididamente NO puede cansarse de gritar de éxtasis, uno no puede cansarse jamás y jura que nunca eso va a suceder porque las imágenes del caleidoscopio siempre son distintas y es imposible rechazar...
pero como todo, como todos, me doy cuenta hoy de que esas imágenes siguen siendo distintas caras de una misma moneda constante, quieta. el silencio se adueña entonces de todo lo antes frenético y primaveral, las hojas del otoño y el gris y el negro y el silencio como ese muro que no se puede traspasar más. porque todo lo nuevo aburre, porque uno no puede vivir su vida aferrado a la novedad. porque al llegar la noche, lo único que querés es estabilidad y eso nunca se consigue si al dejar un caleidoscopio arriba de la mesa corrés el riesgo de que la imagen cambie y vos te la pierdas para siempre.

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